martes, noviembre 28, 2006

Muerte civil

Son muchas las personas que han sido despojadas de sus derechos, se les ha borrado de la historia, de las fotos y de cualquier indicio que pueda constatar su propia existencia. Cuando a una persona se le marca de éste modo, también por extensión es aplicado a su familia, cónyuge, e hijos si los hubiere. Sólo el nombre de estos seres despojados de derecho alguno causa ruina. El resto de habitantes se ha acostumbrado a no nombrarlos, para que a ellos no les afecte el terrible mal del que hablo. Se trata de una ficción legal que consiste en una sanción que les conduce a una muerte a efectos jurídicos. Privando a las personas afectadas de todos los honores, de cualquier ayuda o subvención, del acceso a cualquier tipo de empleo conocido.

Cuando pasean, ni siquiera son vistos por el resto de transeúntes, se chocan con ellos y siguen de largo como si no les hubieran sentido, han perdido también el derecho de ser percibidos.

En esta tesitura, los muertos civiles se han creado sus propios derechos, y deambulan por las calles ejerciéndolos con alegría y serenidad. Pasean por la orilla de la playa en fila india, con velas en las manos y, de éste modo, tangentes al mar, iluminan su cambiante e irregular contorno. También en el bosque, se introducen y acompañan con palmas el sonido de las ramas, para así completar la música imposible y natural que los árboles emanan. También vagan por las calles tirando cartones que otros recogen para abrigarse en el duro invierno sin morada donde dormir. No son percibidos, pero han creado una comunidad que rellena los huecos existentes en nuestro plano.

Visto así podría parecer que están organizados, que se reúnen y planean cada uno de sus actos, pero no se da esta situación. Entre ellos tampoco se intuyen, ni siquiera saben que están juntos cuando ejercen sus imposibles derechos. A un muerto civil sólo lo puede ver un santo civil, éste último es consciente de su vagar y convive en armonía con los despojados de derechos y los que les negaron los mismos, como una especie de omnividente.

Si en alguna ocasión ves en la vía líneas de flores, miras por la ventana y ves un jardín colgante en vez de la fachada absurda y perenne de la calle de enfrente, pasas al lado de una gasolinera y hueles a café, es entonces cuando tu eres un santo civil y ellos están en tu plano.

El otro día, ahora yo me meto en la piel del protagonista de mis líneas, salía de casa para dirigirme al destripado aeropuerto de Manises. Tenía prisa porque iba a recibir a unos familiares, o tal vez no familiares sino a los creadores de toda la existencia que soy capaz de abarcar. El aeropuerto dista del lugar donde resido así que me fui al cajero para poder pagar el transporte. Cuando caminaba los cincuenta metros que separan el expendedor de billetes de mi casa una señora se me quedó mirando. Observé que lloraba, acariciando a una perra que dibujaba sus alternas manchas marrones y blancas y su mandíbula inferior un tanto salida al lado de ella. Seguí de largo con la indiferencia que caracteriza el presente. Me hice con el dinero tras teclear los números 8416 y deshice mis pasos para coger el taxi frente a mi casa.

La señora seguía sentada y llorando, cuando volví a pasar a su lado me habló:

- Señora: Perdone joven, ¿vive usted por aquí?
- Yo: Sí, ¿le ocurre a usted algo señora?
- Señora: Mira es que vivo (llantos), vivo aquí al lado en la calle Músico Ginés. Me decía mientras sacaba su documentación. Yo soy una ciudadana y se acerca fin de mes y no tengo donde acudir.
- Yo: Mire, lo siento, pero tengo mucha prisa.
-Señora: Por favor, déme usted 3 euros para comprar algo para la perra y aunque sea un bote de leche (llantos) para mí.

Me saqué el monedero y me di cuenta de que tan sólo llevaba quince céntimos sueltos. Así que le volví a decir que tenía prisa. Pasé un rato intentando zanjar la conversación y huir rápidamente de aquel sorpresivo encuentro. No le podía dar dinero, porque no tenía suelto, pero ella insistía no en el hecho de pedir pero sí en el de la persistencia del llanto. Ese llanto era más de vergüenza que de sufrimiento. Nadie la veía, pasaban extras a mi lado y juraría que si nos pusieramos en medio de la acera nos hubiesen pisado, o atravesado!.

- Señora: Yo le doy mi dirección, tengo aquí documentación. Por favor pase usted a verme a principios de mes y yo se lo daré.
- Yo: Mire señora le voy a dar diez euros porque no tengo suelto, espero que usted pueda encontrarse mejor. Debo marcharme.

Incrédula agarró los diez euros y me miró con sus ojos estrábicos. Porqué? Me preguntaba mientras yo, ya nervioso porque llegaba tarde, le decía que simplemente si yo me viese en su situación me gustaría que alguien pasase y me ayudase.

- Señora: ¿Como le llaman?
- Yo: Por regla general, Raúl, aunque algunos me llamaran de otra forma supongo.
- Señora: Yo soy Concha. ¿Me podrías dar un abrazo?

Le abracé, esa señora jamás sospecharía que una de mis más extravagantes aficiones es estrechar mis brazos con desconocidos. Acosté mi cabeza sobre la suya para que sintiese el afecto y la sinceridad de nuestro momentáneo confinamiento. Mientras la abrazaba me dijo que estaba enferma, observé sus dedos montados unos sobre los otros y su piel gris pálida y volví a tener ese extraño miedo que me hizo seguir de largo cuando la ví por primera vez. Pero seguí abrazandola, hasta poder olerla y notar ese aroma a ropa guardada meses en un armario. Me alejé a coger un taxi, ella gritaba a lo lejos “Lo sabía, sabía que me ayudarías…”. Terminé en el vehículo que me trasladaría a mi destino, taxista de pocas palabras que comía lentamente una manzana, después un chicle. Todo el trayecto pensé en la posibilidad de haber sido un ingenuo, ahora sé que soy un santo civil y Concha estaba muerta. Espero volver a verla.

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5 Comments:

Blogger BAR said...

Primero que nada, debo decirte que me parece peligroso que estés dando la clave de tu tarjeta a toda la internet...

La verdad es que a mí no me gusta que me pidan dinero, y no les doy desde que un día platiqué con un niño de unos 9 años que limpiaba parabrisas en una esquina, y me dijo que en dos horas llegaba a sacar hasta 500 pesos eso será unos 55 euros (creo).

La verdad es que él en dos horas gana mucho más de lo que yo gano al día...

A veces me dá un poco de coraje...pero que se le va a hacer.

Un beso

9:14 p. m.  
Anonymous Anónimo said...

Aparte de revelarnos tu número PIN, en este relato nos has revelado el lado oculto de nuestras urbes. Toda esa gente con derechos pero que pasan inadvertidos ante nuestra impasible mirada y las prisas cotidianas del día a día. Para ellos no hay prisa, tienen todo el tiempo del mundo ¿o no?

2:20 p. m.  
Blogger Eulalia said...

Soy enemiga feroz de las limosnas, pero,
si a mí me llora una mujer en plena calle me abre la muralla, y más si va con un perro.
Y si encima mendiga abrazos, me despoja de toda resistencia.
Esta mierda de estado de bienestar me descompone.
Me emociona la manera en que has sabido expresarlo sin caer en sentimentalismos, incluso tomándonos un poco el pelo. ;D

Un beso.

11:14 a. m.  
Anonymous Anónimo said...

El que da y el que pide o recibe... no se que pensar... ¿la gente generosa lo es porque sí?... ya no me da pena nada si lo miro friamente... hay gente que ama a su perro y odia a las personas... ayer vi a una persona tirada en la calle y vestida de payaso con un cartel ESCRITO A ORDENADOR en el que se podía leer: llevo un dia sin comer (y no sigo con esto, ahora toca reflexionar, el cartel, el dia sin comer, el perro, el prójimo, el cercano, el mendigo)... en cambio afirmo que lo mejor, a estas alturas de la corrida, es no pensar, la gente más feliz es la que más simplificada tiene su vida... más verdad sabes, más mierda te comes...

(en otro orden de cosas, perdón por la visión pesimista)

1:08 p. m.  
Blogger El chicharrero terrible said...

Lo que me hace pensar es la connotación "civil" que otorgas al sustantivo santo. Yo hubiera elegido el epíteto "real", pues creo que llena mejor el contenido que buscas. Serías por tanto un real santo.
Sin lugar a dudas has conseguido en el suceso que cuentas mezclar convenientemente el dulzor de la realidad, con el salado de lo irreal, y no solo por tu soberbia manera de contarlo, sino por lo poco cotidiano en su suceder.

Yo al anónimo le diría que no le de carta de mafiosidad al escrito por ordenador, pues ya están tan incrustados en nuestra sociedad, que su acceso no supone poder comer.

10:23 a. m.  

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